Su siguiente libro, El caso del perro de los Baskerville, aparecerá también en esta colección.
Cómo hablar de los libros que no se han leído:
Cómo hablar de los libros que no se han leído:
El ensayo de Bayard es un estimulante reflexión a propósito de qué significa la lectura. Para resolver ese enigma, el autor se impone como tarea desenmascarar uno de los tabúes sociales más extendidos: el hecho de que en algún momento de nuestras vidas todos hayamos fingido haber leído un libro que nunca fue abierto. Pierre Bayard juega con nosotros, desde luego, al lanzar con maliciosa intención estos huesos: está claro que busca el desafío intelectual, la provocación más evidente. No obstante, una vez leído el libro podemos observar que su propósito es muy otro, si bien bastante más común de lo que podría parecer.Elogios de la lectura se han realizado por doquier: multitud de eruditos e intelectuales han alabado las virtudes de los libros y defendido la necesidad de leer como un elemento indispensable de formación. Bayard juega con el lector proponiéndole, en apariencia, lo contrario: una exaltación de la cultura y de la inteligencia mediante la no-lectura.
Hemos de reconocer a Bayard su atrevimiento a escribir un libro para justificar por qué se puede hablar de libros sin haberlos leído. El autor pretende justificarse, con argumentos que rozan lo verdadero como que estados sometidos en nuestra cultura.
Nuestro autor se jacta de que “es posible mantener una conversación a propósito de un libro que no se ha leído, incluso, y quizá de manera especial, con alguien que tampoco lo ha leído”.
Las argumentaciones que nos propone Bayard son ingeniosas, aunque sin grandes fundamentos. Y se apoya, precisamente, en libros y autores en los que se desvela una cultura que no precisa de demasiadas lecturas. De El hombre sin atributos, retoma la idea del bibliotecario de Musil que reconoce no haber leído ningún libro de su biblioteca. Sólo los títulos e índices de los libros. Bayard aprovecha para proponer otra de sus ingeniosidades: “Las personas cultivadas lo saben, la cultura es en primer lugar una cuestión de orientación. Ser culto no consiste en haber leído tal o cual libro, sino orientarse en su conjunto, esto es, saber que forman un conjunto y estar en disposición de situar cada elemento en relación con el resto”. Ejemplo de ello lo encontramos en El nombre de la rosa, de Eco, cuya trama gira en torno del desaparecido II libro de la Poética. Los dos protagonistas de la novela hablan de esa obra como si la conocieran de primera mano. Su vasta cultura les permite esta audacia.
Surgirán temas como la desmemoria de autores enciclopédicos como Montaigne, que apenas eran capaces de acordarse de los libros que habían leído. Lo que le lleva a Bayard a tratar de la desmemoria y de la función de la no lectura, ya que: “los libros no leídos suponen una fuente inagotable de creatividad”. También encontraremos momento divertidos en los que se relata cómo la antropóloga Laura Bohannan, con gran desesperación, trataba de hacer entender el Hamlet de Shakespeare a la tribu africana de los Tiv. Que este libro no va en serio queda demostrado cuando ya en la última parte del libro el autor parece centrarse en su verdadera motivación: “es hora de abordar aquello que proporciona mi libro su razón de ser, a saber, los medios que deben utilizarse para solventar con elegancia esas situaciones (las de hablar de libros que no se han leído)”. Pero para entonces el libro ya se ha acabado.
Las argumentaciones que nos propone Bayard son ingeniosas, aunque sin grandes fundamentos. Y se apoya, precisamente, en libros y autores en los que se desvela una cultura que no precisa de demasiadas lecturas. De El hombre sin atributos, retoma la idea del bibliotecario de Musil que reconoce no haber leído ningún libro de su biblioteca. Sólo los títulos e índices de los libros. Bayard aprovecha para proponer otra de sus ingeniosidades: “Las personas cultivadas lo saben, la cultura es en primer lugar una cuestión de orientación. Ser culto no consiste en haber leído tal o cual libro, sino orientarse en su conjunto, esto es, saber que forman un conjunto y estar en disposición de situar cada elemento en relación con el resto”. Ejemplo de ello lo encontramos en El nombre de la rosa, de Eco, cuya trama gira en torno del desaparecido II libro de la Poética. Los dos protagonistas de la novela hablan de esa obra como si la conocieran de primera mano. Su vasta cultura les permite esta audacia.
Surgirán temas como la desmemoria de autores enciclopédicos como Montaigne, que apenas eran capaces de acordarse de los libros que habían leído. Lo que le lleva a Bayard a tratar de la desmemoria y de la función de la no lectura, ya que: “los libros no leídos suponen una fuente inagotable de creatividad”. También encontraremos momento divertidos en los que se relata cómo la antropóloga Laura Bohannan, con gran desesperación, trataba de hacer entender el Hamlet de Shakespeare a la tribu africana de los Tiv. Que este libro no va en serio queda demostrado cuando ya en la última parte del libro el autor parece centrarse en su verdadera motivación: “es hora de abordar aquello que proporciona mi libro su razón de ser, a saber, los medios que deben utilizarse para solventar con elegancia esas situaciones (las de hablar de libros que no se han leído)”. Pero para entonces el libro ya se ha acabado.