jueves, 15 de enero de 2009

Amelie



Amélie es la película francesa de Jean Pierre Jeunet realizador de la lóbrega Delicatessen.
Amélie nos permite olvidar la brutalidad de estos globalizados tiempos que corren.
És una pelicula barroca, cómica, surrealista y por sobre todo romántica,
Amelie no es una chica como las demás. ha visto a su pez de colores deslizarse hacia las alcantarillas municipales, a su madre morir en la plaza de Notre-Dame y a su padre dedicar todo su afecto a un gnomo de jardín.


Su pasado narrado en off durante los primeros diez minutos anticipa rápidamente la estética de tarjeta postal que impregnará todo el film, del resto de los niños por decisión de su padre, debido a su equivocada creencia de que ella sufría problemas cardiacos (equivocado pues cada vez que él le hacía un chequeo médico en casa, el corazón de Amélie se disparaba simplemente por el contacto físico con su padre). Éste hecho, junto con el ambiente tenso que imperaba en su casa debido también a la naturaleza inestable y nerviosa de su madre, y sobre todo por la trágica muerte de ésta al caérsele encima una turista suicida que se lanzó al vacío desde lo alto de la iglesia de Notre Dame, lo que agudizó las tendencias antisociales de su padre, hacen que la niña desarrolle una inusual y activa imaginación. Como se cita textualmente en la película. Colores falseados, vértigo picado y contrapicado y aceleraciones propias de videoclip completan este rompecabezas tan cargado de esas pequeñas observaciones que Jeunet se ocupó de acopiar durante años y de hacer coincidir en el guión de este film.
Amélie es la historia de una joven camarera de Montmartre cuya propietaria es una antigua jinete circense un tanto aniñada y tímida que decide inmiscuirse en la vida de quienes la rodean para hacer el bien.
El Cafe les molins, és el nombre del café donde se dan a conocer una serie de personajes de lo más excéntricos con los que Amélie interactuará durante toda la película:
Suzanne, la dueña, antigua artista del desnudo, que cojea un poco pero nunca derrama nada, a la que le gusta ver a los atletas que lloran por desilusión y no le gusta que un hombre sea humillado en presencia de su hijo.
Georgette, la vendedora de tabaco hipocondríaca, la cual odia la frase “el fruto de su vientre”.
Gina, camarera como Amélie, cuya abuela era sanadora, y a quien le gusta hacer tronar los huesos de los dedos.
Hipólito, un escritor fracasado, a quien le gusta ver toreros corneados en televisión.
Joseph, el amante rechazado de Gina, quien se pasa espiándola todo el día y a quien sólo le gusta explotar el papel de burbujas.
Philomène, azafata de vuelo, a quien le gusta el ruido producido por el tazón del gato en el azulejo.

Amélie no tiene novio, lo intentó una o dos veces, pero los resultados la desanimaron. En su lugar Amélie ha cultivado un gusto por los pequeños placeres, como… meter la mano en un saco lleno de guisantes… romper la capita de azúcar cristalizado de una crema catalana con una cuchara … verle la cara en la oscuridad en el cine a la gente… lanzar piedras en el canal de San Martín…o tratar de adivinar cuántas parejas están teniendo un orgasmo en París en ese mismo momento... (¡15! Como ella dice mirando a la cámara).
Pero el 30 de agosto de 1997 ocurre el evento que cambiará la vida de Amélie. Tras una serie de circunstancias por el shock ocasionado al enterarse por televisión del accidente de
Lady Di, descubre tras una losa de su baño el pequeño tesoro guardado por un niño hace cuarenta años. Fascinada por el hallazgo, el 31 de agosto a las 4:00 de la madrugada, tiene una idea espectacular: dondequiera que esté, Amélie encontrará al dueño y le devolverá su tesoro. Si lo conmueve, se convertirá en una vengadora del bien. Si no, pues no... Con la ayuda de su vecino Raymond (un anciano conocido como “el hombre de vidrio” por la debilidad de sus huesos, que lleva 20 años sin salir de casa y que sólo ve el mundo a través de la reproducción de un cuadro de Pierre-Auguste Renoir) y tras una larga búsqueda por toda la ciudad, Amélie consigue finalmente localizar al dueño del tesoro y devolvérselo de forma casual tras una estrategia muy original. El dueño no sólo se emociona profundamente al descubrir que toda su infancia estaba en esa cajita, sino que además se plantea mejorar su vida actual...
En ese momento Amélie tiene una sensación de completa armonía y decide volcarse hacia los demás para crearles felicidad en sus vidas.
De esta forma, inventa toda clase de estrategias de lo más originales y conmovedoras para intervenir, sin que se den cuenta, en la existencia de varias personas de su entorno...
Como cuando agarra del brazo a un ciego vagabundo y le da un rápido pero intenso paseo por un mercado mientras le susurra al oído todo lo que ella va viendo, produciendo en el ciego un estado de emoción inmesurable.
Cómo le hace olvidar a Georgette su carácter hipocondríaco y a Joseph su desdichada obsesión por Gina al provocar Amélie una situación de romance de lo más pasional entre ambos.
Cómo se venga del cruel frutero de su barrio quien humilla constantemente a su joven ayudante dejándolo en ridículo delante de todo el mundo.
O como cuando consigue sacar a su vecino Raymond de la obsesión por el cuadro de Renoir mediante el envío anónimo de videos donde se muestran hermosas escenas de lo más curiosas, que producen en el anciano una inmediata necesidad de expandir su mente más allá de lo que había hecho antes.
Y cuando Hipólito vuelve a cobrar ilusión por su literatura al descubrir una de sus estrofas pintada en una pared de la calle: “Sans toi, les émotions d’aujourd’hui ne seraient que la peau morte des emotions d’autrefois” ("Sin ti, las emociones de hoy no serían más que la piel muerta de las emociones de ayer").
Y sobre todo cuando, valiéndose de un gnomo de madera a quien su padre tenía especial cariño, logra que éste por fin decida hacer las maletas y emprender un viaje por el mundo.
Pero mientras todo esto sucede y nadie se preocupa por Amélie, ella se ve forzada de forma involuntaria a examinar y valorar su vida solitaria. Este sentimiento se agudiza especialmente tras conocer a Nino, un chico tan raro y soñador como ella, que trabaja medio día en “el tren del horror” y el otro medio en un sex shop, que colecciona las fotos que la gente va desechando en los fotomatones. Amélie siente fascinación por Nino pero prefiere un encuentro casual a una presentación directa. Lo intenta varias veces sin éxito y acaba dejándolo por imposible. Pero finalmente Raymond, le corresponde con la misma moneda a Amélie, incitándola a buscar lo que había dejado en un segundo plano: su propia felicidad. Así, Amélie, acaba felizmente en los brazos de Nino al que besa de la forma más sutil y complaciente que uno se pueda imaginar.
Resumiendo, Amélie es un film edulcorado. Un paquete de caramelos de los que se hacen comer todos de una vez. Aunque cuando ya no queda ninguno, nos preguntamos si de verdad eran tan ricos.



No hay comentarios: