Carlos Ruiz Zafón nació en Barcelona el 25 de septiembre del 1964. Carlos es un escritor español que vive en Los Ángeles (Estados Unidos) desde 1993, donde se dedicó unos años a escribir guiones de cine al tiempo que desarrollaba su carrera como novelista.
En 1993 comenzó su carrera literaria con una novela de temática juvenil El Príncipe de la Niebla (ganadora del Premio Edebé), a la que le siguieron El Palacio de la Noche, Las luces de Septiembre y Marina.
En el año 2000 quedó finalista del Premio Fernando de Lara de Novela.
Su primera novela para adultos fue en 2001 titulada La sombra del viento, esta novela fue un gran éxito de ventas.
Esta novela se ha traducido en 45 idiomas, ha vendido más de 10 millones de ejemplares en todo el mundo y ha obtenido numerosos premios internacionales.
En el año 2007 publicó una recopilación titulada "La Trilogía de la Niebla" que comprende sus primeras obras "El principe de la niebla", "Las luces de septiembre" y "El palacio de la medianoche".
Carlos Ruiz Zafón lanzó el pasado 17 de abril de 2008 su nueva obra, El juego del ángel, con una tirada de un millón de ejemplares, en la Editorial Planeta. La propia Editorial Planeta ha considerado que este lanzamiento supone un hito histórico en España.
El estilo de Ruiz Zafón és ágil y rápido con un estilo casi cinematográfico, donde privan el diálogo y la acción sobre la reflexión y la experimentación formal, supone un vuelco a las direcciones habituales de la literatura española, mostrando al mundo editorial el ejemplo más contundente en el desarrollo de un producto capaz de emular los éxitos proveninetes del mercado anglófono, y al gremio de los autores un modelo de novela que, exportando la técnica y rudimentos del Best Seller norteamericano, iba a ser explotado hasta la saciedad.
En 1993 comenzó su carrera literaria con una novela de temática juvenil El Príncipe de la Niebla (ganadora del Premio Edebé), a la que le siguieron El Palacio de la Noche, Las luces de Septiembre y Marina.
En el año 2000 quedó finalista del Premio Fernando de Lara de Novela.
Su primera novela para adultos fue en 2001 titulada La sombra del viento, esta novela fue un gran éxito de ventas.
Esta novela se ha traducido en 45 idiomas, ha vendido más de 10 millones de ejemplares en todo el mundo y ha obtenido numerosos premios internacionales.
En el año 2007 publicó una recopilación titulada "La Trilogía de la Niebla" que comprende sus primeras obras "El principe de la niebla", "Las luces de septiembre" y "El palacio de la medianoche".
Carlos Ruiz Zafón lanzó el pasado 17 de abril de 2008 su nueva obra, El juego del ángel, con una tirada de un millón de ejemplares, en la Editorial Planeta. La propia Editorial Planeta ha considerado que este lanzamiento supone un hito histórico en España.
El estilo de Ruiz Zafón és ágil y rápido con un estilo casi cinematográfico, donde privan el diálogo y la acción sobre la reflexión y la experimentación formal, supone un vuelco a las direcciones habituales de la literatura española, mostrando al mundo editorial el ejemplo más contundente en el desarrollo de un producto capaz de emular los éxitos proveninetes del mercado anglófono, y al gremio de los autores un modelo de novela que, exportando la técnica y rudimentos del Best Seller norteamericano, iba a ser explotado hasta la saciedad.
El juego del ángel
(Primer capítulo)
Aquella tarde, escondido bajo la ropa para que no lo viese mi padre, me llevé a mi nuevo amigo a casa. Aquél fue un otoño de lluvias y días de plomo durante el que leí Grandes esperanzas unas nueve veces seguidas, en parte porque no tenía otro a mano que leer y en parte porque no pensaba que pudiese existir otro mejor, y empezaba a sospechar que don Carlos lo había escrito sólo para mí.
Pronto tuve el firme convencimiento de que no quería otra cosa en la vida que aprender a hacer lo que hacía aquel tal señor Dickens. Una madrugada desperté de golpe sacudido por mi padre, que volvía de trabajar antes de tiempo. Tenía los ojos inyectados en sangre y el aliento le olía a aguardiente. Le miré aterrorizado, y él palpó con los dedos la bombilla desnuda que colgaba de un cable.
-Está caliente.
Me clavó los ojos y lanzó la bombilla con rabia contra la pared. Estalló en mil pedazos de cristal que me cayeron en la cara, pero no me atreví a apartarlos.
-¿Dónde está? -preguntó mi padre, la voz fría y serena.
Negué, temblando.
-¿Dónde está ese libro de mierda?
Negué otra vez. En la penumbra apenas vi venir el golpe. Sentí que perdía la visión y que me caía de la cama, con sangre en la boca y un intenso dolor como fuego blanco ardiendo tras los labios. Al ladear la cabeza vi lo que supuse eran los trozos de un par de dientes rotos en el suelo. La mano de mi padre me agarró por el cuello y me levantó.
-¿Dónde está?
-Padre, por favor.
Me lanzó de cara contra la pared con todas sus fuerzas y el golpe en la cabeza me hizo perder el equilibrio y desplomarme como un saco de huesos. Me arrastré hasta un rincón y me quedé allí, encogido como un ovillo, mirando cómo mi padre abría el armario y sacaba las cuatro prendas que tenía y las tiraba al suelo. Registró cajones y baúles sin encontrar el libro hasta que, agotado, regresó a por mí. Cerré los ojos y me encogí contra la pared, esperando otro golpe que nunca llegó. Abrí los ojos y vi que mi padre estaba sentado en la cama, llorando de asfixia y de vergüenza. Cuando vio que le miraba, salió corriendo escaleras abajo. Escuché el eco de sus pasos alejarse en el silencio del alba, y sólo cuando supe que estaba lejos me arrastré hasta la cama y saqué el libro de su escondite bajo el colchón. Me vestí y, con la novela bajo el brazo, salí a la calle. Un lienzo de bruma descendía sobre la calle Santa Ana cuando llegué al portal de la librería. El librero y su hijo vivían en el primer piso del mismo edificio. Sabía que las seis de la mañana no eran horas de llamar a casa de nadie, pero mi único pensamiento en aquel momento era salvar aquel libro, y tenía la certeza de que si mi padre lo encontraba al volver a casa lo destrozaría con toda la rabia que llevaba en la sangre. Llamé al timbre y esperé. Tuve que insistir dos o tres veces hasta que oí la puerta del balcón abrirse y vi cómo el viejo Sempere, en bata y pantuflas, se asomaba y me miraba atónito. Medio minuto más tarde bajó a abrirme y en cuanto me vio la cara todo asomo de enfado se evaporó. Se arrodilló frente a mí y me sostuvo por los brazos.
-¡Dios santo! ¿Estás bien? ¿Quién te ha hecho esto?
-Nadie. Me he caído.
Le tendí el libro.
-He venido a devolvérselo, porque no quiero que le pase nada.
Sempere me miró sin decir nada. Me tomó en brazos y me subió al piso. Su hijo, un muchacho de doce años tan tímido que yo no recordaba haber oído nunca su voz, se había despertado al oír salir a su padre y esperaba en lo alto del rellano. Al ver la sangre en mi rostro miró a su padre, asustado.
-Llama al doctor Campos.
El muchacho asintió y corrió al teléfono. Le oí hablar y comprobé que no estaba mudo. Entre los dos me acomodaron en una butaca del comedor y me limpiaron la sangre de las heridas a la espera de que llegase el doctor.
-¿No me vas a decir quién te ha hecho esto? No despegué los labios. Sempere no sabía dónde vivía y no iba a darle ideas.
-¿Ha sido tu padre?
Desvié la mirada.
-No. Me he caído.
El doctor Campos, que vivía a cuatro o cinco portales de allí, llegó en cinco minutos. Me examinó de pies a cabeza, palpando los moretones y curando los cortes con tanta delicadeza como pudo. Estaba claro que le quemaban los ojos de indignación, pero no dijo nada.
-No hay fracturas, aunque sí unas cuantas magulladuras que durarán y dolerán unos días. Esos dos dientes habrá que sacarlos. Son piezas perdidas y hay riesgo de infección.
Cuando el doctor se marchó, Sempere me preparó un vaso de leche tibia con cacao y observó cómo me lo bebía, sonriendo.
-Todo esto por salvar Grandes esperanzas, ¿eh?
Me encogí de hombros. Padre e hijo se miraron con una sonrisa cómplice.
-La próxima vez que quieras salvar un libro, salvarlo de verdad, no te juegues la vida. Me lo dices y te llevaré a un lugar secreto donde los libros nunca mueren y donde nadie puede destruirlos.
Los miré a ambos, intrigado.
-¿Qué lugar es ése?
Sempere me guiñó el ojo y me dedicó aquella sonrisa misteriosa que parecía robada de un serial de don Alejandro Dumas y que, decían, era marca de familia.
-Todo a su tiempo, amigo mío. Todo a su tiempo.
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