jueves, 22 de enero de 2009

Hace unas cuantas semanas el periódico de la capital estadounidense The Washington Post llevó a cabo un curioso experimento cuya finalidad era calibrar, más o menos, el gusto artístico del ciudadano medio de la capital del imperio, y por extensión, el del americano “tipo medio”, que francamente no sé en qué consiste. Para llevar a buen término su experimento, convencieron a uno de los más grandes y prestigiosos violinistas del mundo en la actualidad, Joshua Bell.

Viernes, 12 de enero de 2007. Hora punta en una estación de metro en la ciudad de Washington. Un músico toca el violín vestido con vaqueros, una camiseta y una gorra de béisbol. El instrumento es nada menos que un Stradivarius de 1713. El violinista toca piezas maestras incontestables durante 43 minutos. Es Joshua Bell (Estados Unidos, 1967), uno de los mejores intérpretes del mundo. Tres días antes había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 euros la butaca. No había caído en desgracia, sino que estaba protagonizando un experimento recogido por el diario The Washington Post: comprobar si la gente está preparada para reconocer la belleza.

El experto Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de EE UU, había previsto que el músico recaudaría unos 150 dólares y que, de mil personas, unas 35 se detendrían haciendo un corrillo, absortas por la belleza. Hasta un centenar, según Slatkin, echaría dinero en la funda del violín. Pero eso no fue lo que ocurrió.

Joshua Bell, el violinista, fue un niño prodigio que, a sus 39 años, no ha dudado en quitarse el aura de virtuoso intocable. Ha llegado a aparecer en la versión estadounidense de Barrio Sésamo. También interpretó la banda sonora de la película El violín rojo, que fue galardonada con un oscar. Bell no sólo respondió encantado al reto de tocar en el metro, sino que además insistió en llevar su valioso Stradivarius.
El músico arrancó con la chacona de la Partita número 2 en Re menor de Johann Sebastian Bach. A los tres minutos, un hombre desvió su mirada para fijarse en el músico. Fue su primer contacto con el público del metro.

A los 43 minutos habían pasado ante él 1.070 personas. Sólo 27 le dieron dinero, la mayoría sin pararse. En total, ganó 32 dólares. No hubo corrillos y nadie le reconoció.
"Era una sensación extraña, la gente me estaba... ignorando", declara Bell al Post. El virtuosos asegura que habitualmente le molesta que la gente tosa en sus recitales, o que suene un teléfono móvil; sin embargo, en la estación de metro se sentía "extrañamente agradecido" cuando alguien le tiraba a la funda del violín unos centavos.
Expertos citados por el diario aseguran que el contexto importa, y que una estación de metro en hora punta no permite que la gente aprecie la belleza. Mientras, Bell recuerda con amargura los peores momentos: cuando acababa una pieza, nadie aplaudía.
Sólo una persona se detuvo seis minutos a escucharle. El treintañero John David Mortensen, funcionario del Departamento de Energía de EEUU, quien declara al periódico que la única música clásica que conoce son los clásicos del rock. "Fuera lo que fuera" lo que estaba tocando el virtuoso, declara Mortensen, "me hacía sentir en paz"



Conclusion:

Este artículo, nos demuestra que sólo apreciamos las cosas en las situaciones en que estamos no por las cosas que son, en este caso Joshua Bell se pone a un escenario y se luce a un precio mayor al que en el metro, des de este momento podemos comprovar que Joshua Bell sólo és famoso en el escenario y cuando está arriba miles de personas pagan para ver su obra, en cambio si está en el metro nadie se detiene a mirarle aunque haga el mismo espectaculo. Esto seria lo más curisoso.



Artículo:

Viernes, 12 de enero de 2007. Hora punta en una estación de metro en la ciudad de Washington. Un músico toca el violín vestido con vaqueros, una camiseta y una gorra de béisbol. El instrumento es nada menos que un Stradivarius de 1713. El violinista toca piezas maestras incontestables durante 43 minutos. Es Joshua Bell (Estados Unidos, 1967), uno de los mejores intérpretes del mundo. Tres días antes había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 euros la butaca. No había caído en desgracia, sino que estaba protagonizando un experimento recogido por el diario The Washington Post: comprobar si la gente está preparada para reconocer la belleza.
El experto Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de EE UU, había previsto que el músico recaudaría unos 150 dólares y que, de mil personas, unas 35 se detendrían haciendo un corrillo, absortas por la belleza. Hasta un centenar, según Slatkin, echaría dinero en la funda del violín. Pero eso no fue lo que ocurrió.
Joshua Bell, el violinista, fue un niño prodigio que, a sus 39 años, no ha dudado en quitarse el aura de virtuoso intocable. Ha llegado a aparecer en la versión estadounidense de Barrio Sésamo. También interpretó la banda sonora de la película El violín rojo, que fue galardonada con un oscar. Bell no sólo respondió encantado al reto de tocar en el metro, sino que además insistió en llevar su valioso Stradivarius.
El músico arrancó con la chacona de la Partita número 2 en Re menor de Johann Sebastian Bach. A los tres minutos, un hombre desvió su mirada para fijarse en el músico. Fue su primer contacto con el público del metro.
32 dólares
A los 43 minutos habían pasado ante él 1.070 personas. Sólo 27 le dieron dinero, la mayoría sin pararse. En total, ganó 32 dólares. No hubo corrillos y nadie le reconoció.
"Era una sensación extraña, la gente me estaba... ignorando", declara Bell al Post. El virtuosos asegura que habitualmente le molesta que la gente tosa en sus recitales, o que suene un teléfono móvil; sin embargo, en la estación de metro se sentía "extrañamente agradecido" cuando alguien le tiraba a la funda del violín unos centavos.
Expertos citados por el diario aseguran que el contexto importa, y que una estación de metro en hora punta no permite que la gente aprecie la belleza. Mientras, Bell recuerda con amargura los peores momentos: cuando acababa una pieza, nadie aplaudía.
Sólo una persona se detuvo seis minutos a escucharle. El treintañero John David Mortensen, funcionario del Departamento de Energía de EEUU, quien declara al periódico que la única música clásica que conoce son los clásicos del rock. "Fuera lo que fuera" lo que estaba tocando el virtuoso, declara Mortensen, "me hacía sentir en paz"

jueves, 15 de enero de 2009

Amelie



Amélie es la película francesa de Jean Pierre Jeunet realizador de la lóbrega Delicatessen.
Amélie nos permite olvidar la brutalidad de estos globalizados tiempos que corren.
És una pelicula barroca, cómica, surrealista y por sobre todo romántica,
Amelie no es una chica como las demás. ha visto a su pez de colores deslizarse hacia las alcantarillas municipales, a su madre morir en la plaza de Notre-Dame y a su padre dedicar todo su afecto a un gnomo de jardín.


Su pasado narrado en off durante los primeros diez minutos anticipa rápidamente la estética de tarjeta postal que impregnará todo el film, del resto de los niños por decisión de su padre, debido a su equivocada creencia de que ella sufría problemas cardiacos (equivocado pues cada vez que él le hacía un chequeo médico en casa, el corazón de Amélie se disparaba simplemente por el contacto físico con su padre). Éste hecho, junto con el ambiente tenso que imperaba en su casa debido también a la naturaleza inestable y nerviosa de su madre, y sobre todo por la trágica muerte de ésta al caérsele encima una turista suicida que se lanzó al vacío desde lo alto de la iglesia de Notre Dame, lo que agudizó las tendencias antisociales de su padre, hacen que la niña desarrolle una inusual y activa imaginación. Como se cita textualmente en la película. Colores falseados, vértigo picado y contrapicado y aceleraciones propias de videoclip completan este rompecabezas tan cargado de esas pequeñas observaciones que Jeunet se ocupó de acopiar durante años y de hacer coincidir en el guión de este film.
Amélie es la historia de una joven camarera de Montmartre cuya propietaria es una antigua jinete circense un tanto aniñada y tímida que decide inmiscuirse en la vida de quienes la rodean para hacer el bien.
El Cafe les molins, és el nombre del café donde se dan a conocer una serie de personajes de lo más excéntricos con los que Amélie interactuará durante toda la película:
Suzanne, la dueña, antigua artista del desnudo, que cojea un poco pero nunca derrama nada, a la que le gusta ver a los atletas que lloran por desilusión y no le gusta que un hombre sea humillado en presencia de su hijo.
Georgette, la vendedora de tabaco hipocondríaca, la cual odia la frase “el fruto de su vientre”.
Gina, camarera como Amélie, cuya abuela era sanadora, y a quien le gusta hacer tronar los huesos de los dedos.
Hipólito, un escritor fracasado, a quien le gusta ver toreros corneados en televisión.
Joseph, el amante rechazado de Gina, quien se pasa espiándola todo el día y a quien sólo le gusta explotar el papel de burbujas.
Philomène, azafata de vuelo, a quien le gusta el ruido producido por el tazón del gato en el azulejo.

Amélie no tiene novio, lo intentó una o dos veces, pero los resultados la desanimaron. En su lugar Amélie ha cultivado un gusto por los pequeños placeres, como… meter la mano en un saco lleno de guisantes… romper la capita de azúcar cristalizado de una crema catalana con una cuchara … verle la cara en la oscuridad en el cine a la gente… lanzar piedras en el canal de San Martín…o tratar de adivinar cuántas parejas están teniendo un orgasmo en París en ese mismo momento... (¡15! Como ella dice mirando a la cámara).
Pero el 30 de agosto de 1997 ocurre el evento que cambiará la vida de Amélie. Tras una serie de circunstancias por el shock ocasionado al enterarse por televisión del accidente de
Lady Di, descubre tras una losa de su baño el pequeño tesoro guardado por un niño hace cuarenta años. Fascinada por el hallazgo, el 31 de agosto a las 4:00 de la madrugada, tiene una idea espectacular: dondequiera que esté, Amélie encontrará al dueño y le devolverá su tesoro. Si lo conmueve, se convertirá en una vengadora del bien. Si no, pues no... Con la ayuda de su vecino Raymond (un anciano conocido como “el hombre de vidrio” por la debilidad de sus huesos, que lleva 20 años sin salir de casa y que sólo ve el mundo a través de la reproducción de un cuadro de Pierre-Auguste Renoir) y tras una larga búsqueda por toda la ciudad, Amélie consigue finalmente localizar al dueño del tesoro y devolvérselo de forma casual tras una estrategia muy original. El dueño no sólo se emociona profundamente al descubrir que toda su infancia estaba en esa cajita, sino que además se plantea mejorar su vida actual...
En ese momento Amélie tiene una sensación de completa armonía y decide volcarse hacia los demás para crearles felicidad en sus vidas.
De esta forma, inventa toda clase de estrategias de lo más originales y conmovedoras para intervenir, sin que se den cuenta, en la existencia de varias personas de su entorno...
Como cuando agarra del brazo a un ciego vagabundo y le da un rápido pero intenso paseo por un mercado mientras le susurra al oído todo lo que ella va viendo, produciendo en el ciego un estado de emoción inmesurable.
Cómo le hace olvidar a Georgette su carácter hipocondríaco y a Joseph su desdichada obsesión por Gina al provocar Amélie una situación de romance de lo más pasional entre ambos.
Cómo se venga del cruel frutero de su barrio quien humilla constantemente a su joven ayudante dejándolo en ridículo delante de todo el mundo.
O como cuando consigue sacar a su vecino Raymond de la obsesión por el cuadro de Renoir mediante el envío anónimo de videos donde se muestran hermosas escenas de lo más curiosas, que producen en el anciano una inmediata necesidad de expandir su mente más allá de lo que había hecho antes.
Y cuando Hipólito vuelve a cobrar ilusión por su literatura al descubrir una de sus estrofas pintada en una pared de la calle: “Sans toi, les émotions d’aujourd’hui ne seraient que la peau morte des emotions d’autrefois” ("Sin ti, las emociones de hoy no serían más que la piel muerta de las emociones de ayer").
Y sobre todo cuando, valiéndose de un gnomo de madera a quien su padre tenía especial cariño, logra que éste por fin decida hacer las maletas y emprender un viaje por el mundo.
Pero mientras todo esto sucede y nadie se preocupa por Amélie, ella se ve forzada de forma involuntaria a examinar y valorar su vida solitaria. Este sentimiento se agudiza especialmente tras conocer a Nino, un chico tan raro y soñador como ella, que trabaja medio día en “el tren del horror” y el otro medio en un sex shop, que colecciona las fotos que la gente va desechando en los fotomatones. Amélie siente fascinación por Nino pero prefiere un encuentro casual a una presentación directa. Lo intenta varias veces sin éxito y acaba dejándolo por imposible. Pero finalmente Raymond, le corresponde con la misma moneda a Amélie, incitándola a buscar lo que había dejado en un segundo plano: su propia felicidad. Así, Amélie, acaba felizmente en los brazos de Nino al que besa de la forma más sutil y complaciente que uno se pueda imaginar.
Resumiendo, Amélie es un film edulcorado. Un paquete de caramelos de los que se hacen comer todos de una vez. Aunque cuando ya no queda ninguno, nos preguntamos si de verdad eran tan ricos.



Atrapado en el tiempo


Atrapado en el tiempo es una comedia romántica dirigida por Harold Ramis y estrenada en 1993. Bill Murray y Andie MacDowell protagonizan esta comedia fantástica, cuya temática puede recordar al mito de Sísifo.

El meteorologo de una cadena de televisión, Phil Connors (Bill Murray), acompañado de su nueva redactora Rita (Andie MacDowell), acude con su técnico de grabación a Punxsutawney, una pequeña población de Pennsylvania en la que cada 2 de febrero, en pleno invierno, el comportamiento de una marmota en la fiesta local determina cuánto tiempo queda hasta que termine la estación fría, el famoso Día de la marmota. A primera vista vemos que Phil es un hombre frustrado en sus ambiciones y aburrido con su trabajo, y en su arrogancia piensa que su carrera profesional no avanza todo lo rápido que merecería.
Realizadas las tomas de la marmota y transmitidas por televisión, el pequeño grupo se dispone a regresar a Pittsburg para poder cubrir el noticiario de las 5. Sin embargo, una
tormenta de nieve les obliga a pasar la noche en el pueblo. A la mañana siguiente suena el despertador con la misma música del día anterior. A medida que se viste y acude al comedor para desayunar, el incrédulo Phil se va dando cuenta de que está viviendo de nuevo el día de la marmota.
Tras repetirse varias veces esta situación, Phil comienza a pensar que no tiene sentido vivir día tras día lo mismo, por lo que decide cambiar drásticamente los acontecimientos. Aprovecha la información que obtiene cada día para beneficiarse "al día siguiente", más tarde decide enamorar a su redactora sin tener suerte. Día tras día es rechazado, así que decide suicidarse al darse pensar que nunca saldría de este bucle temporal. Coge un coche y se lanza a un acantilado, luego prueba otras formas de suicidarse (se arroja de un edificio, se mete a la bañera con unn tostador, etc.), hasta que se rinde. Viendo que esto no funciona empieza a deprimirse pero así mismo aconsejado por Rita se da cuenta que puede mejorar su vida como un benefactor que ayuda a los demás.
De esta manera comienza una vida diaria haciendo el bien a quien necesite, como ayudar a un atragantado aplicándole la
maniobra de Heimlich, o salvando a un niño de caer de un árbol. Sin embargo se desanima al no ser capaz de salvar la vida de un anciano sin hogar, a pesar de llevarle a un hospital para que le atiendan. Cuando quiere ver el expediente del occiso la enfermera le da algo de consuelo al decirle que "ya era su momento".
Finalmente se puede ver que Connors mejora sus habilidades, al punto de aprender a tocar el piano, esculpir en hielo, hablar en
francés y memorizar la vida de todos los habitantes del pueblo. Y a la vez que mejora sus habilidades físicas también realza su comportamiento, haciendo que sea apreciado por la gente de Punxsutawney. Así mismo confiesa un verdadero amor a Rita, por lo cual ella le acepta y así al fin puede romperse el ciclo al despertarse ya el 3 de febrero. Phil entonces sugiere a Rita quedarse a vivir en el pueblo y así una nueva vida comienza para ellos.